No se trata aquí de contar la Historia de Ar, ni la Historia de Gor, así, en mayúsculas, sino de ir engarzando algunas historias. No es tampoco este compendio de desvaríos una Biografía, pues para serlo habría yo de tener absoluta fe de mis recuerdos.
La mayúscula o no de mis palabras la pondrán los lectores. Esto que están viendo tan sólo son los pedazos de la memoria fragmentada y ajada de un poeta cansado y viejo.

viernes, 26 de marzo de 2010

II

Poema escrito en el márgen de un cuaderno tras quedarse embobado con el servicio de una kajira de Ar

No digo yo que el ka la na no tenga,
cual yo, conciencia de ser bien servido.
Paréceme, en cambio, que se ha vertido
sabiéndose virtud que me entretenga.

Líbreme mi lengua de hablar siquiera
del beso sostenido que recibe
sobre su copa y que raudo revive
naciéndose en mis labios primavera.

Ka la na, amigo, ni que decir tiene
que no habla aquí el poeta por envidia
de aquél que no hace mal pues ni respira,

Tan solo os recordaba que os conviene,
sabed que no es pujanza ni es insidia,
pensar que sois aliento de kajira.


jueves, 25 de marzo de 2010

I










(...)
Cuando me desperté ya estaba muerto.

Las ideas se habían resecado bajo una sucia pátina de olvido perentorio. El sol, que me mantenía contra el suelo, cual a un lagarto friéndose sobre una roca, no conocía ni la piedad ni la clemencia.
Mis labios, tan secos y agrietados como si fuesen cecina pasada, se entreabrían tan sólo de cuando en cuando para escupir la arena que el viento se empeñaba en hacerme tragar.
A través de un doloroso remolino de espinas, mi cabeza trataba de poner en orden mis ideas, en un vano intento por recordar cómo demonios había llegado hasta aquí, fuera donde fuese que me encontraba muerto.
Repté un metro, fatigosamente arrastrándome sobre mis propias heridas y escupí algo de sangre. La droga había hecho su efecto, eso sin duda, mas no había sido tan efectiva como se esperaba, pues aún podía moverme. Aún podía atraer hacia mí los recuerdos.

Eso es mentira.

Era una voz chillona que provenía de algún punto indeterminado tras de mí, sobre la inmensidad del océano de arena blanca.

-Aún poseo memoria- dije, o al menos creo que pude pensarlo con suficiente fuerza como para estar a punto de vomitar.

Ah, ¿sí? Entonces no os molestará que os pregunte vuestra gracia.

El estómago se me hizo un nudo. El sudor frio bañó mi sien derecha, lo cual fue de agradecer dadas las circunstancias. ¿Cual era mi nombre? ¿Tenía nombre? ¿Lo había tenido alguna vez?

-Yo... no tengo nombre- casi escupí.

Mi interlocutor apareció de pronto ante mis ojos. Se trataba de un pájaro negro y patizambo. No me pidáis, estimados no lectores, que recuerde su especie, pero sin duda un ave de carroña. muy propio.
El pájaro me miró con un gesto casi humano; cómico a decir verdad, y ladeando la cabeza me miró a los ojos y dijo:

Tú sí tienes nombre.

El huracán que se abría paso en forma de jaqueca justo por detrás de mis globos oculares amenazaba con hacerme desmayar. Mi vista se nubló y mis oídos se taponaron. Tan sólo una rara salmodia como de timbales resonaba dentro de mi craneo y hacía temblar mis huesos.

-No.

Lo tienes, idiota. Claro que lo tienes. ¿Quieres saber cuál es?

El mundo me era más ajeno a medida que iba adentrándome en la inminente inconsciencia. No recuerdo haberle dicho que sí, aunque pudo interpretar como un asentimiento el momento en el que mi cabeza golpeó la arena en mi último segundo de lucidez. Antes de morirme de nuevo aún pude al pájaro oír graznar una última frase que hizo estremecerse lo que quedaba de mi alma:

Tu nombre es Lemorte.

Lemorte.